Predadores
Habían pasado al menos dos horas desde que amaneció. El rastro seguía siendo fresco, en la alta nieve, si no hay lluvia o más nieve, las huellas pueden durar por mucho tiempo. Las huellas eran profundas, la pata era de tamaño considerable pero con mis años de cacería su tamaño no me sorprendía, he visto más grandes.
Avanzaba en la nieve tratando de pisar las huellas de Pat, una vieja costumbre que se habíamos formado desde niño cuando quiera que íbamos a cazar juntos. Jess, Pat y yo, siempre estábamos juntos, y cazar era lo nuestro.
“Somos predadores ¿no es así?” Solía decir Jess y Pat siempre le respondía un “Sí que sí hermano”. No eran realmente hermanos, pero todos nos criamos bajo el techo de la señora Boch, incluso aunque tanto Jess como yo teníamos padres, sólo Pat era huérfano. Pasábamos tanto tiempo juntos en esa casa que bien nos podrían haber adoptado.
Creo que primero fueron mis padres los que decidieron comenzar a pagarle a la señora Boch, los de Jess comenzaron el mismo mes. Comíamos tanta comida en casa de la señora Boch que era lo menos que nuestros padres podían hacer. Aún recuerdo cuando Pat se enteró, llegó a contarnos que nuestros padres habían ido a pagarle a la señora Boch.
“Le pasaron bastantes billetes y luego le dijeron ‘Esto es por Jess, por favor cuídelo bien’, también tus padres, ellos también pagaron” nos contó tratando de imitar las voces de los adultos. A Pat se le daba muy bien imitar sonidos.
La hermana de Jess había estado escuchando en la escalera y había salido llorando de la casa. Creía que sus padres estaban entregando a su hermano en adopción y corrió desde su casa hasta la casa de la señora Boch, con los mocos colgando y los ojos enrojecidos.
“Peleamos tanto, yo pensé que se alegraría” había dicho Jess a sus padres, creyendo lo mismo y sin atreverse a rebatirles.
Nos explicaron entonces que no nos iban a dar en adopción, pero que como pasábamos tanto tiempo donde la señora Boch, su casa era nuestro segundo hogar y nos correspondía coperar.
“Eso es lo que hace la gente decente” había dicho mi padre, “cooperan con los demás”.
Fue a partir de ese día que Odette comenzó a prestarnos más atención. Comenzó a vernos jugar y poco a poco se fue sumando a nuestras tardes de aventura, a nuestras escapadas al bosque he incluso a las salvajes escurridas del estanque.
Los padres de Jess se habían enojado horriblemente con él cuando se enteraron de lo último, porque nos bañábamos desnudos todos juntos, pero no la habían retado a ella, nunca la retaban a ella, era demasiado bonita, la niña perfecta. Siempre retaban a Jess, pero él no se hacía problema.
“Dijeron que tengo que proteger el honor de mi hermana”, nos contó un día.
“¿Qué significa eso?” le pregunté.
“No lo sé, pero me dijeron que no puedo dejar que la vean desnuda”.
Pat y yo nos miramos sin entender, éramos demasiado jóvenes como para entender. Ninguno había siquiera pensado en eso. Pero crecimos y las cosas cambiaron.
No sé cuándo nos empezó a gustar, pero puedo decir que yo fui su primer beso, aunque fue Pat quién conquistó su corazón. Se habían vuelto novios cuando entendieron que significaba y habían estado juntos desde ese momento.
Fue doloroso para mí, lo admito, pero mis amigos me ayudaron con ese dolor, especialmente Pat.
La casa de la señora Boch era un hogar de adopción, donde los huérfanos podían quedarse hasta que alguien los adoptara, a todos excepto a Pat, que lo habían adoptado los hijos de la señora, aunque ya no estaban vivos. A veces incluso llegaban niños que no eran huérfanos, pero por motivos de trabajo sus padres no podían cuidarlos por una u otra temporada así que los dejaban con la señora.
Era por eso que Pat siempre conocía nuevas personas y había desarrollado un espíritu amigable y abierto. Por supuesto como Jess y yo prácticamente vivíamos ahí también conocíamos a casi todos los niños que se quedaban en la casa, y a casi todas las niñas también.
Durante los meses que Pat y Odette comenzaron a salir, la distancia entre Pat y nosotros creció cada vez más, aunque aún nos veíamos, él solía aprovechar su tiempo libre para salir con su novia mientras que Jess y yo nos quedábamos en su casa. Fue ahí cuando Pat aprovechó de presentarnos a unas chicas, eran menores que nosotros pero mayores que Odette.
Entonces solíamos pasar el tiempo los seis, vagando por el bosque, jugando en la nieve o patinando en el lago congelado en invierno. A veces simplemente nos quedábamos a dormir en casa de Pat y aprovechábamos de ver una película los seis juntos. Era divertido, broméabamos, y cuando Pat y Odette comenzaban a besarse, Jess y yo los imitábamos con nuestras respectivas novias.
Pat siempre fue el líder, pero Jess siempre fue el que iba más allá. Cuando entramos a secundaria era el primer año que no había nadie en casa de Pat, hasta que llegó Sussan. Era mayor que nosotros, tenía dieciséis y para nosotros que aún parecíamos niños ella era toda una mujer.
Fue nuestro amigo el que nos dijo una vez que cuando la señora Bach salía a la iglesia o a hacer compras, Sussan, la niña mayor, se paseaba por la casa en ropa interior y a veces incluso desnuda.
“Es muy bella, su cuerpo está completamente formado” decía Pat suspirando, sabiendo que no podía hacer nada mientras siguiera con Odette.
Jess y yo no esperamos para poder comprobar sus palabras y nos sorprendimos cuando una vez en la cocina, Sussan bajó a buscar la leche. Llevaba ropa interior, pero sus tetas iban al descubierto. Eran grandes y bien formadas, sobre el derecho tenía un tatuaje con un corazón y la palabra “Wild” en mayúsculas.
Ella bebía directamente de la caja, gotas de leche recorrían su boca y su cuello mientras Jess y yo la mirábamos hipnotizados.
“¿Esto es real?” me preguntaba a mí mismo.
Cuando terminó sostuvo la botella con una mano y con la otra se agarró un pecho y nos dijo:
“¿Leche?” se lo apretó y se puso a reír, probablemente de nuestras caras. Se alejó dando extraños pasos como si estuviera bailando, antes de salir de la cocina nos miró y movió las cejas. Yo no sabía que significaba, pero Jess sí, “quiere que la sigamos”, dijo y se levantó y la siguió por la escalera.
Yo no me atreví, me quede en la cocina, pensando en lo que había visto. Eso debía de haber sido lo mejor que había visto en mi vida. Estuve en mi mente un largo rato después de eso, ni siquiera pude escuchar a Jess cuando llegó a mi lado.
“¿Tienes dinero?” Me preguntó agarrando la manga de la polera y tirándome ansiosamente.
“¿Qué? Me queda un poco” contesté.
“¡Subamos!” dijo sonriendo y me obligó a pararme y segurilo a al segundo piso. A la pieza de Sussan.
Así fue como comenzó nuestro juego, cada vez que teníamos dinero íbamos donde Sussan. Ella nos esperaba, nos recibía feliz, entonces le pagábamos y ella se desnudaba, completamente. Nos deja ver lo quisiéramos de su cuerpo pero no podíamos tocarla.
Pasábamos horas en su habitación, ella desnuda dibujando o escuchando música, mientras que Jess y yo la mirábamos abstraídos. El tiempo corría lento en la pieza de Sussan, a veces nos mostraba sus dibujos o nos hablaba de lo que le pasaban en la escuela. Nos habló una vez de los dioses griegos y romanos, nos habló de Venus y yo pensé en ese momento que ver una diosa debe ser como ver a Sussan. Que lo que mi amigo y yo contemplábamos era de hecho una diosa.
Estar ahí nos relajaba completamente, incluso a veces Sussan fumaba y nos daba a probar. Se acercaba a uno y aspiraba lentamente y luego botaba el humo en tu rostro mirándote a los ojos. Tenía ojos oscuros bellísimos, y una mirada misteriosa. Cuando de te daba a probar, si tocías soltaba una carcajada u otras veces te miraba con desprecio y te quitaba el cigarro.
Lo único que nos hacía salir de la pieza de Sussan era el sonido de la campana en la puerta principal, cada vez que llegaba la señora Boch. Salíamos de la pieza corriendo y nos escondíamos en la pieza de Pat. A veces entrábamos y estaban Pat y Odette besándose, sabían lo que hacíamos, ellos reclamaban pero no nos delataban.
Antes de que pasara un año, a Jess se le ocurrió que quizá si le llevábamos más dinero a Sussan ella nos dejaría tocarla. A mí no me parecía que fuera posible, pero Jess nunca se desanimaba y siempre me preguntaba “¿Qué tienes que temer?”.
Cuando por fin le preguntamos, una mañana en la que estaba sola en la casa, sola con nosotros dos, ella se nos quedó mirando y nos preguntó si le habíamos contado de esto a alguien. Le dijimos que no, se quedó callada y nos hizo prometer que nadie aparte de Pat podía saber, Jess le dijo que su hermana sabía, pero que no diría nada, yo asentí, “Odette nunca nos traicionaría, ni a Jess, ni a Pat, ni a mí”.
Ella nos miró con atención, no dijo nada en mucho tiempo, se limitó a fumar y trazar líneas en su cuaderno. Estaba vestida, para variar, llevaba una polera sin mangas negra y un pantalón muy corto, sus piernas se veían tan largas. Bellísimas.
“Muy bien, pero les costará más y será por turnos, uno a la vez” Nos dijo, “y no quiero que se queden toda la tarde en mi pieza toqueteándome ¿ok? Sólo cuando yo les dé permiso ¿entendido?”
Primero fue mi turno. Yo estaba nervioso, Jess había salido y Sussan estaba frente a mi sacándose la ropa. Cuando terminó encendió un cigarro, dio unas quemadas y me lo pasó.
Fume profundo y no tosí ese día, a través del humo ella se veía distinta, como una visión. Yo estaba feliz pero no hacía ningún movimiento.
“¿Y qué quieres tocar” me preguntó?
“El tatuaje” le dije y se puso a reír. Se recostó en la cama y me indicó que me uniera.
“Recuéstate” me dijo, mientras me abrazaba.
Mi cabeza estaba a la altura de su pecho, que rozaba con mis labios. Ella acariciaba mi cabeza y me miraba. Tomó mi mano y sin dejar de mirarme a los ojos la llevó a recorrer su cuerpo hasta que bajamos más allá de su ombligo y me perdí en sus pelos. Ella tomaba mi mano firmemente y se frotaba con mis dedos. Su vagina era suave y cálida, entonces ella cerró los ojos y comenzó a frotar más rápido. Soltaba gemidos débiles por momentos y a veces se mordía un dedo tratando de apagar su voz. El cigarro estaba apagado, no me había dado cuenta, tan sólo la miraba a ella.
Me levanté un poco y miré su cuello, era tan blanco que parecía nieve, y me daba la impresión de la vainilla. Mi paladar se hacía agua al mirarla, entonces me acerqué y la besé en los labios. Estaba muy nervioso, no sé por qué lo hice, pero ella me respondió vorazmente y por un segundo el planeta entero desapareció y lo único que existía era el contacto de su lengua con la mía. Ella agarró mi cabello con su mano libre y me besó, mordió mi labio sin piedad y luego abrió los ojos. Jadeaba un poco y me alejó suavemente.
Sus ojos me veían como si mirase a un extraño, como si hubiera despertado de un sueño, como si hubiera esperado mirar a otro. Pero noté en el cambió de su luz que me reconoció y sonrió, sus mejillas estaban rojas, su cuerpo caliente, y nuestras manos empapadas en su entrepierna.
“Suficiente” me dijo, entonces se levantó un poco y me besó de nuevo. “Dile al otro que entre”.
Me levanté, cuerpo estaba sudado y mi erección era tremenda. Ella me miró y luego prendió el cigarro. No me apuró pero yo decidí hacerlo. Cuando abrí la puerta, ahí estaba Jess, sentado en el pasillo casi dormido con las manos apoyadas en las rodillas y la cabeza metida entremedio.
“Jess, es tu turno” le moví el hombro.
“¿Ah?” balbuceó “Pensé que no saldrías nunca, “vigila la puerta por mí ¿ok?”.
Le ayudé a pararse y le mostré el pulgar en signo de aprobación. Se detuvo un poco y se tocó los dedos, le había dado la mano con la que había tocado a Sussan. Se acercó los dedos a la nariz y me miró extrañado.
Sonrió y dijo “Muy bien”, fue a la pieza, cerró la puerta y yo preferí bajar a la sala.
Jess y yo nos dimos la mano muchas veces durante esos meses. No habían llegado más niñas a la casa de Pat, de hecho durante los dos años que Sussan estuvo con él y la señora Boch, no recuerdo que ninguna otra persona llegara.
Sussan era huérfana, pero era muy mayor y era difícil que alguien la adoptara a esa edad. O al menos eso nos decía Pat.
Una tarde que decidí no ir donde Pat para ayudar en la casa, recuerdo que en la noche llegó Jess a mi pieza, subió por el tejado y entró por la ventana. A penas llevaba pantalón y polera y parecía que le había dado hipotermia.
“Lo hice” me dijo frotándose las manos frente a mi estufa eléctrica.
“¿Qué?” le pregunté sin entender.
“Con Sussan, lo hice” respondió con los ojos bien abiertos mientras afirmaba con la cabeza.
“¿Lo hicieron?”
“Sí”. Su rostro estaba iluminado.
Me contó que por haber ido sólo ella le dijo que como tenían más tiempo y si le pagaba el doble podían hacerlo.
“Pero yo no tenía más dinero y no podía ir a mi casa y traerlo, tardaría mucho”.
“¿Qué hiciste entonces?”
“Fue a la pieza de Pat y saqué lo que me faltaba de sus ahorros”
“¿Qué? ¿Enserio?”
En ese momento no pude parar las carcajadas, me reí tan fuerte que mi madre entró a la pieza con cara de preocupación. Cuando vio a Jess sonrió y nos trajo chocolate caliente. Nos aseguramos de que mi madre había bajado antes de seguir conversando.
“Tienes que hacerlo, créeme, es lo mejor, mucho mejor que tocarla, incluso me lo chupó”.
“¿De verdad?”
“Sí, pero me dijo que si no me rasuraba no volvería hacerlo a la próxima, le molestan los pelos”.
“Vaya, supongo que tendré yo tendré que ir preparado” le dije, pero la verdad no pensaba hacerlo, rasurarse ahí abajo. Sonaba peligroso.
“Creo que no es necesario, ¿has visto a Pat en las duchas? Tiene tanto pelo como nosotros, y estoy seguro de que mi hermana se lo chupa”
“¿Cómo estás tan seguro? Pat nunca habla de eso”
“Bueno, no podría asegurarlo, pero si yo fuera Pat no podría seguir con mi hermana sin que lo hiciera, sobre todo teniendo a Sussan cruzando el pasillo”
Mi amigo tenía un punto.
“Sí, pero tendré que ahorrar”
“Yo también, y tengo que encontrar una forma de pagarle a Pat y seguir pagándole a Sussan”.
“¿Cómo piensas pagarle a Pat? Esa cantidad era casi toda una mesada”
Fue así como Jess fue el primero en perder la virginidad, y cómo ayudó a Pat a que hiciera lo mismo.
Una tarde mientras regresábamos de cazar, actividad que comenzamos para vender pieles y poder juntar dinero para pagarle a Sussan. Llegó Pat a nuestro encuentro, venía sólo y un poco malhumorado.
“¿Qué pasa le pregunté?” Pero no me respondió, sólo se quedó mirando a Jess.
“¿Dónde está mi dinero?” Le preguntó.
Yo pensaba que Jess le había contado, pero al parecer se le había olvidado, así era él, aunque obviamente a Pat eso no le hacía gracia.
“Hoy iba a llevar a Odette a comer pero cuando fui a sacar mis ahorros me sorprendió esto” Era un papel, yo asumí que era una nota de Jess.
“Ella se desilusionó mucho” agregó Pat.
Jess sonrió y sin decir nada le ofreció las tres liebres que llevaba en la red. Por un momento pensé que iban a pelear, y recordé como nunca había visto a mis amigos pelear, ni entre ellos ni conmigo. Hubo un tenso silencio y Jess rompió el hielo.
“Puedo pagarte con lo que gane de estas pieles, tendría de sobra, pero también podría pagarte de otra forma, con un favor”.
“¿Un favor? ¿Qué clase de favor podría valer tanto?”
“Pues dime, ¿lo has hecho?”
Su pregunta pareció descolocar a Pat un poco, pero pronto entendió a lo que se refería. Estaba oscureciendo y la luz del crepúsculo no me permitía ver bien su rostro, pero asumí que se había sonrojado. Él era esa clase de persona.
“¿Con tu hermana? ¿Por qué preguntas?” contestó tartamudeando.
“Eso suena como un no” se rio Jess, “Bueno, supongo que quieres ¿cierto?”
El silencio de Pat fue un rotundo sí. El viento sopló frío y las estrellas comenzaron a asomarse. Nos fuimos todos a casa de Jess, ahí desollamos las presas y las asamos. Fue la primera vez que nos sentimos como verdaderos cazadores.