26 Dec
26Dec


El Niño Promesa

La tarde había sido entretenida, para variar, sin embargo, a estas horas de la noche el pesado trabajo de la granja cobraba el precio en el cuerpo de la joven Livas quién apenas si conseguía levantar la cuchara. Su cansancio se debía, no tanto al trabajo de la granja a la que ya estaba acostumbrada sino a la agotadora tarea adicional del día.

Livas era la menor de tres hermanas, una de las cuales estaba casada y vivía junto a su esposo en una casa adyacente a la de sus padres. Las dos familias compartían las tareas de la granja por lo que, aún con lo mucho que había que hacer y con días de tormenta, entre todos lograban terminar todos los quehaceres antes del atardecer.

La lógica, pensaba ella, era que mientras más manos hubiesen en el lugar, más rápido se terminaban las tareas, incluso sus manos tan torpes y débiles eran sin duda una ayuda para su familia. Miro alrededor de la mesa, los rostros familiares, cansados pero felices de su padre Hert y su madre Lavne. Su hermana mayor Lavinne junto a su esposo Stror en el otro extremo de la mesa conversaban muy de cerca el uno del otro casi en susurro, y frente a ella otro par conversaba en susurro, su otra hermana, Levia disfrutaba la cena con una sonrisa y soltaba carcajadas cada dos por tres.

Todos disfrutaban la cena, ¿por qué era ella la única que se sentía tan apesumbrada? Había algo en su pecho, un dolor que no podía describir pero que era sin duda una molestia.

Pero si miraba cruzando la mesa, junto a su hermana podía encontrar el nombre de otra molestia. No tenía fuerzas, Livas, para levantar su tenedor, pero sí para mirar con intensa amargura al foráneo, al extraño, al miserable.

El día había prometido ser glorioso. Cuando despertó con el sonido de lluvia supo que las tareas serían mínimas. Para empezar no tendría que regar ni sacar los animales, tan sólo darles de comer y ayudar a su padre con alguna que otra reparación de emergencia por la lluvia. Era una día para el descanso, ¿para qué más estaba lloviendo? Sino para indicarle que debía permanecer en el calor del hogar junto a su amada familia, a sus bellas hermanas, su madre y su poderoso padre.

Ese día sería mejor que el día que descubrieron el arroyo escondido con su hermana Levia. Ese sí había sido un día memorable, incluso aunque fueron castigadas por escaparse y dejar las tareas sin hacer. Disfrutar el frío del manantial para luego secarse al sol sobre la hierba, eso lo había valido.

Pero eso había sido entonces y hoy había sido distinto.

“Livas, querida, ¿Es que no tienes hambre? No te he visto probar ni un sorbo de sopa” se dirigió a Livas, su madre con el rostro lleno de ternura.

“No querrás desperdiciar tu sopa hija ¿o ya está fría? ¿Quieres que tu madre caliente la sopa un poco?” esta vez fue su padre, rostro bello oculto bajo la frondosa barba y el bigote.

Antes de que pudiera contestar, una rápida cuchara asaltó su plato con avidez, salpicándola en la ropa y la cara.

“Lavne, Hert, quédense tranquilos, por lo que puedo ver su sopa aún está caliente” habló una irritante voz, “Quizá simplemente no tiene apetito ¿Me la tomo yo para que no se desperdicie?” La pregunta tenía un tono inocente, pero antes de que alguien pudiera contestar dos pequeñas manos del color de la paja tostada tomaron su plato y tan rápido como había desaparecido, volvió pero esta vez vacío.

“¡Pero qué apetito!” soltó Levia junto a una carcajada que impulsó a todos a reír. A todos menos a Livas.

“Te acabas de acabar mi plato” dijo Livas, sin poder creer que alguien fuera capaz de ser tan descortés.

“Renacuajo ¡te has comido mi sopa!” repitió, esta vez furiosa y con una voz sólo moderadamente alta, pero muy alta para su acostumbrada voz tan baja.

“A ver hija, no puedes hablarle así a un invitado, Rilos sólo trataba de hacerte un favor porque vio que no tenías hambre.” Habló su padre con tono tranquilo pero firme.

“Por favor hija, no te hemos criado para ser descortés con los invitados” La aleccionó su madre en tono más severo antes de dirigirse a Rilos con una voz tanto más suave.

“Rilos, disculpa a nuestra Livas por favor, ¿te apetece algo más de sopa?”

Para Livas esa fue la gota que derramó el vaso. Pudo haber perdonado a sus padres por encargarle a Rilos durante todo el día, y pudo haber perdonado a éste por sus incesantes comentarios sobre lo bellas que eran sus hermanas comparadas con ella, incluso estaba dispuesta a olvidar todo el incidente con el buey que le había costado su día de descanso pero esto era imperdonable ¡No sólo se comía su comida sino que además era defendido! ¡Y le ofrecen más! ¿Y a ella? ¡Livas también tenía hambre!

Ella nunca había sentido su sangre hervir, jamás atestiguado un acto de violencia entre personas pero algo incontenible brotó dentro de ella y aunque trató de aguantarse sintió su voluntad ceder a un impulso que a todas luces era equivocado.

Con una rapidez de la que normalmente no era capaz, se levantó de un salto de su silla hacia la mesa y se abalanzó sobre su invitado, lo derribó y juntos se azotaron contra el piso, ella sobre él golpeándolo con todo lo que tenía mientras Rilos se preguntaba qué estaba pasando.

Los golpes le llegaban de todas direcciones y lo golpeaban en todas partes: el rostro, las costillas, el cuello, uno incluso le golpeó en la oreja. Ese sí que le dolió. En lugar de quedarse ahí pensando en que estaba pasado Rilos alzó la mano y murmuró una frase que muy pocos podían entender. Su mano comenzó a brillar, el resplandor encegueció a todos a su alrededor incluso a Livas, y cuando el resplandor acabó él estaba de pie y ella paralizada en un abrazo que daba a su enemigo en contra de su propia voluntad.

“¿Alguien podría ayudarme por favor?” Murmuró el niño mago. Sus energías se habían agotado y apenas sí se sostenía apoyándose en la pared cercana. Livas, inmóvil, tenía los brazos apretados alrededor del delgado torso del Rilos y aunque seguía consciente no podía mover su cuerpo ni emitir sonido.

“¿Qué ha pasado? ¿Qué le hiciste a nuestra hija?” Preguntó Hert con el rostro pálido de miedo.

“Tranquilo, Hert” habló el niño, esta vez con una autoridad que no había expresado ante ellos.

“Ella me atacaba y realicé un hechizo simple de ceguera temporal para confundirla y luego uno de parálisis para evitar que siguiera con sus golpes, pero en último momento se aferró a mí, probablemente asustada por la luz y bueno, ahora está paralizada, pero es temporal y completamente inofensivo.”

Todos en el pequeño comedor estaban mudos, nadie se atrevía a decir palabra. Sabían que Rilos no era un niño normal, lo sabía porque había llegado junto un hombre peculiar, pero que fuese capaz de expresar tal poder. El niño era peligroso y ellos ahí, cada uno sentía que estaba en peligro. Strot fue el primero en hablar.

“Muy bien, Rilos nos ha dicho que no pasa nada ¿cierto?” habló calmadamente, pero cuando miró al niño su expresión era de la de alguien que ruega más que la de alguien seguro.

“Así es.”

“Entonces, ¿podemos hacer algo? Moverla para recostarla en algún lugar y para que puedas sentarte nuevamente y explicarnos exactamente qué ha ocurrido”.

“¿Creen que no la habría soltado ya si pudiera?” fue la respuesta del niño, “Está paralizada como una roca, es temporal sí y pronto volverá a estar como si nada hubiera pasado, pero si trato de moverla a la fuerza podría terminar rompiéndola ¿entienden?”

“¿Estás hablando enserio… Rilo?” preguntó Hert, su miedo sólo aumentaba.

“Pueden acercarse y tratar, verán que más fácil sería hacer que una estatua cambiara su posición”

No fue Hert ni Strot quien se acercó a la joven, sino Levia, no intentó moverla sino que tan sólo tocó una hebra del dorado cabello de su hermana. Un pequeño toque.

“Se rompió, su cabello se rompió” dijo mostrándole a todos el trozo de cabello que había sacado de su hermana, “Él tiene razón.”

El cálido ambiente de la cena se había transformado para mal. Los ánimos decaían y como si compartieran el mismo estado que Livas, nadie se movía un centímetro. Por fin Hert, más calmado volvió a romper silencio.

“Puedo ver que tus intenciones no eran lastimarla, Rilos, de no ser así podrías simplemente usar un hechizo más destructivo o incluso contra nosotros, pero ¿es posible que puedas romper el hechizo sin tener que esperar?”

“Sí, tienes razón, pude haberlo hecho y aún podría hacerlo” mintió Rilos, que no tenía ni las energías ni el conocimiento para formular un hechizo destructor capaz de lastimarlos mucho, que decir ya de acabarlos.

“Pero desconozco la forma de romper este hechizo.”

“¿Conoces algo como eso pero no sabes cómo deshacerlo? ¿Qué clase de… de lo que sea que seas eres?” Preguntó Levia, que estaba notablemente agitada.

“Levia, soy un aprendiz, apenas si llevo menos de año con mi maestro.”

“¿Llevas menos de un año con tu maestro? ¿tan poco?” volvió a preguntar.

Era conocimiento común que en las escuelas de magia del país el entrenamiento era arduo y sólo admitían a unos pocos. Sin embargo pasaban alrededor de dos años antes de que se les permitiera a los alumnos realizar cualquier hechizo, y eso sólo en presencia de sus maestros. Para empezar sólo admitían a niños de cinco años o menos. A juzgar por la apariencia de Rilos, él tenía alrededor de diez u once años.

“Levia, me gustaría contestar todas tus preguntas pero tanto tiempo parado en esta posición es cansador ¿creen que podría recostarme o algo así?”

“Pero ¿y nuestra Livas?” preguntó Lavne, a quién el color aún le escapaba del rostro.

“Creo que podríamos tratar de sacarla pero necesitaré su ayuda, Hert y Strot, necesito que la sostengan y la levanten un poco para ver si puedo escurrirme entre sus brazos.”

Los dos hombres se acercaron con cuidado y tomaron a la joven paralizada. Estaba pesada como una piedra y su piel era dura al tacto. A Hert se le revolvieron las entrañas al pensar que hay gente capaz de hacer algo como esto, “no es natural” se repetía continuamente. A medida que la levantaban tuvieron que cambiar el cuidado por fuerza porque de verdad pesaba lo que una estatua y no lo que su menuda figura demostraba.

Rilos levantó los brazos y comenzó a agacharse con cuidado, no quería dañar ni una pestaña de la joven. Fue fácil hasta que llegó el turno de sacar su cabeza. El rostro de la joven estaba casi pegado al pecho en un principio por lo que para pasar a través de su abrazo el niño tuvo que cambiar la posición de su cabeza continuamente. Se sintió como si tratara de cruzar un laberinto con su nariz. En un momento su rostro y el de la joven estuvieron tan cerca que él sintió un poco de vergüenza. Rilos sabía que ella seguía conscientes y esos ojos abiertos lo observaban todo. Es probable que ella se enojara aún más con él cuando recuperara la consciencia pero por suerte para cuando eso ocurriera el estaría lejos o si es que su maestro le quitaba el hechizo al menos podría refugiarse en él de la ira incontenible de Livas.

El niño gracias por ser tan delgado, de haber estado un poco más relleno tendría que haberse quedado en esa incómoda posición sosteniendo una estatua viviente bastante más pesada de lo que él era capaz de levantar.

“Esto es un alivio” suspiró Rilos.

“Strot ayúdame a colocarla en su cama” mustió Hert que sostenía la estatua utilizando bastante fuerza.

“Les sugiero que la mantengan un lugar cerca del fuego, puede que esté paralizada pero aún es susceptible al frío y otras condiciones, quizá ese sillón de ahí si le colocan más cojines para que sus brazos no sufran daño y no la acuesten de espalda o su cabello se romperá” indicó el niño que ya había vuelto a la mesa y procuraba un panecillo lleno de manteca.

Los dos hombres adultos hicieron lo que el niño ordenó. El resultado fue una Livas que parecía estar abrazando un montón de cojines en el sillón, con la pierna izquierda rígida en el aire. No era una posición cómoda ni mucho menos, pero habían dejado suficiente espacio en su rostro para que respire.

“Mi señor Rilos, disculpe a mi hermanita por haberlo atacado, no sé qué le pasó, por favor no guarde rencor contra nuestra familia” dijo Lavinne, sirviéndole un vaso del famoso vino de pera de la zona.

“Por favor, Rilos, acepte nuestras disculpas y no le mencione esto a su maestro” reiteró Hert convidando a todos a compartir junto al fuego. Su rostro se notaba más calmado, pero era obvio que el niño había dejado una impresión muy inquietante en él.

“No, no, soy yo quién se disculpa, nada me gustaría más que haber resuelto el asunto sin uso de este hechizo, pero ocurrió de improviso y actué por instinto más que por razón, yo soy quién está en deuda con ustedes y también mi maestro. Estoy seguro que no tendrá problema en romper el hechizo una vez que vuelva. No me gustaría que Livas sufriera por mi culpa, siendo tan linda.”

El rostro de Hert se relajó aún más, sin duda el joven Rilos intervendría en caso de que su maestro quisiera destruirlos. Como muchos otros Hert había pasado los años escuchando increíbles cosas sobre los hechiceros, algunas horribles pero nunca les había dado importancia pues las veía como algo ajeno a su vida, lejano y tan real como los cuentos, sin embargo ahora había contemplado de primera mano el poder de esos cuentos y además proveniente de un niño ¿De qué sería capaz un adulto completamente formado tales artes? Por el bien de su familia él no quería averiguarlo y si era posible preferiría mantenerse en buenas con el chico y su maestro.

“¿Crees que Livas es linda?” preguntó Levia vertiendo el resto de vino que quedaba en la botella para el disfrute del niño hechicero.

“Con todo respeto señores presentes espero que disculpen mi opinión pero para mí, las cuatro mujeres que hay en esta habitación son lo que yo llamaría hermosas, ustedes son muy afortunados” dijo el chico bebiendo los últimos sorbos de vino.

Como se había vuelto costumbre la familia explotó en carcajadas.

“No es necesario disculpar un comentario tan honesto como ese” dijo Hert riendo.

“¡Y tan certero!” agregó Strot causando más risas, incluidas las de Rilos que reía sin verdaderamente entender lo que ocurría.

“Querida se ha acabado el vino de nuestro invitado, ¿podrías traer otra botella de la despensa?” Indicó la madre a su hija mayor, “Levia, acompaña a tu hermana por favor.”

“¡Que sean dos! Y de buena cosecha” les indicó su padre mientras salían hacia la bodega en busca del vino.

“Esta noche debería ser de regocijo ¿qué opina maese Rilos?” preguntó el padre al niño que se había acabado el pan y ahora miraba atentamente a la mesa.

“Creo que nuestro invitado sigue hambriento, ¿qué les parece si preparo algo sencillo para que comamos junto al fuego?” Dijo mientras se ponía de pie afirmándose en su marido y dándole una notoria mirada.

Ambos se conocían desde niños, fueron amigos antes de ser amantes y maridos, se conocían bien y habían desarrollado esa clase de comunicación que no requiere de palabras.

Los tres hombres se quedaron en silencio, atentos a nada más que el crepitar del fuego. La cabeza de Rilos daba vueltas por el vino y se preguntó si sería prudente comer más, la pregunta se volvió absurda rápidamente en su cabeza y se recordó “siempre se puede comer más”.

Strot se levantó y arrojó un par de leños más a las brasas y los atizó hasta que hubieran prendido bien, entonces rompió el silencio.

“Dime Rilos, es aparente que eres extranjero, pero ¿de dónde vienes? ¿Eres por casualidad del país del sur?”

Rilos lo miró y levantó las cejas algo asombrado, “¿Cómo lo sabes?”

“Así que es así, bueno es por tus ojos. Cuando era niño solía acompañar a mi padre en las caravanas y recorrí muchas tierras, durante una de mis visitas a Nicem escuché que habían personas con ojos color magenta, nunca pensé que fuera cierto, pero ahora que te veo no puedo evitar pensar si la historia es correcta, ¿hay más gente con esos ojos?”

Rilos guardó silencio unos instantes, su atención estaba en su estómago que se sentía muy divertido.

“Viajes a Nicem, supongo, no sé cómo habrá sido antes pero no quedan muchos como yo en el sur. Nuestro pueblo habitaba las montañas al sudeste de Nicem en la frontera con Ferm, y según dicen antes habíamos muchos pero ocurrió algo y luego… bueno, de las historias de antaño no queda nada, sólo historias y unas pocas familias que comparten estos ojos.”

“Lo siento, no quería indagar mucho, tan sólo quería hacer conversación.” Se disculpó Strot al ver el rostro afligido del niño.

“No te preocupes por eso, la verdad yo no sabía de esas historias, fue mi maestro quién me contó cuando lo conocí.” Mencionó Rilos, quién no tenía problema en conversar, más aun con vino pero su abdomen pasó de sentirse divertido a realmente extraño.

“Maese Rilos, sé que no estoy en posición para cuestionar su compañía pero ¿Por qué acompaña a ese maestro suyo? Es decir, es aparente que es un gran hechicero, pero su aspecto… si lo que he escuchado es cierto, esos ojos indican cosas muy oscuras, mejor ni hablar… Pero usted sin duda tiene talento y un buen corazón, podría conseguir otro maestro ¿no?” se expresó Hert.

En ese momento regresó Lavne con una bandeja de bocadillos de carne y más panecillos con manteca y miel.

“Disculpe Rilos, no pude evitar escuchar la conversación, concuerdo con mi esposo, ¿por qué un joven tan agradable como usted vive con alguien tan… peculiar como ese hombre, ¿y cómo lo conoció a todo esto?”

Rilos decido a que comer era más importante que hacer conversación se atragantó con dos panecillos llenos de manteca. Le costó tragar sin tener una bebida a la mano por lo que sus curiosos anfitriones tuvieron que esperar hasta que estuvo listo para hablar.

“Bueno realmente no he conocido a otros maestros, a decir verdad, mi familia era muy pobre, apenas si teníamos para vestir y comer, no siempre teníamos techo y cuando lo teníamos compartíamos hacinados junto a otros de nuestra clase. En Nicem sólo las personas de alta cuna tienen permitido aprender y practicar hechicería, muy de vez en cuando a alguien de la plebe se le permite si es que tiene talento, pero mi familia estaba en el escalafón más bajo que uno puede imaginar.”

Mientras hablaba imágenes e impresiones del pasado comenzaron a fluir, la hambruna, el frío y el mal trato de otros habían sido su día a día. Dudo si debía seguir hablando, pero el vino lo había hecho sentir nostálgico y decidió que contaría su historia, después de todo es posible que no comparta con otras personas en meses, quizá años y estas personas habían mostrado una gran hospitalidad.

“Cuando estalló la guerra el año pasado mi familia, como muchos otros buscaba refugio en la capital y fue ahí donde conocí al maestro. Fue muy extraño, él caminaba escoltado por nobles, era notorio por su apariencia que era foráneo aunque nadie podría haber adivinado que era de este país, enemigo de Nicem y su gente. Cuando pasó junto a mi familia se detuvo y me miró por unos instantes. El gentío nos rodeaba y todos se preguntaban qué detenía la caravana. El maestro dio unas indicaciones a los guardias que lo escoltaban y nos apresaron a mí y a mis padres.”

Hizo otra pausa para comer otro panecillo, esta vez con carne y miel. La mezcla le pareció buena pero aún más difícil de tragar.

“Sentí mucho miedo, creí que nos matarían. Nos llevaron a la entrada del castillo y nos encerraron en un cuarto. Mis padres estaban como locos, todos nos abrazábamos creyendo que era nuestro fin. Pasó el día y durante la noche mientras dormíamos llegó una persona con una bandeja de comida, era el maestro. Nos despertó y se sentó a comer con nosotros, no dijo ninguna palabra hasta que mi padre le preguntó a qué se debía nuestro encarcelamiento. El maestro rio, su risa fue increíble, nunca había visto a alguien reír tan honestamente, todo su cuerpo parecía convulsionar, recuerdo que incluso tuve miedo.”

“Como sea, él le dijo a mis padres que yo tenía talento para la magia y que me quería como estudiante, yo había escuchado sobre los magos de la corte y la idea me gusto así que me fui con él y así ha ocurrido todo. El maestro es una gran persona y aunque es algo descuidado con la comida realmente nunca me falta nada.”

Los adultos se miraron, Rilos no lo notó, estaba demasiado concentrado en los sonidos y retorcijones de sus tripas.

“¿Y tus padres? ¿Te dejaron ir así sin más? ¿Les pasó algo?” La voz de Lavne era de preocupación. Toda la imagen que ella tenía de ese tal maestro era la de un vago asesino de ganado y quién sabe de qué más.

“A claro que no, mis padres no iban a dejarme ir pero él los recompensó y ahora sin duda son muy felices” mencionó antes de soltar un eructo. El sabor de la carne y el vino llegaron a su boca.

“¿Cómo los recompensó? No puedo imaginar qué pudo haberles dado para que dejaran ir a su hijo a otra tierra y con un extraño” indagó Lavne nuevamente.

“El maestro es un hombre de recursos, les ofreció una vida que no podían rechazar, además me ofreció una oportunidad única ¿qué podían ofrecerme ellos? Hambruna y desolación es lo único que yo podría haber heredado en Nicem, ellos entendieron y les costó pero me dejaron ir.”

“¿Qué clase de vida les ofreció?” preguntó Lavne preparando panecillos para su esposo y ella mientras Rilos seguía atragantándose.

“Basta decir que ahora viven en un mansión y la gente que solía humillarnos ahora son sus sirvientes” hablo el niño, con la boca llena de comida.

Lavne y Hert se miraron durante unos momentos. El maestro parecía ser un hombre lleno de recursos, y muy benevolente al parecer.

“¿En una mansión? ¿Es eso cierto?” Strot estaba sorprendido ¿Quién es capaz de otorgar tal suerte?

“Sí, una grande además, miren, tengo esto… ¡aquí!” Rilos sacó un brillante objeto de su pequeño morral y se los extendió a los tres adultos. Todos miraron con atención el anillo, era grande, de oro macizo con la imagen de dos alas negras con tres ojos blancos.

Ellos podían no saber de magia ni hechiceros, pero como cualquier plebeyo reconocían un sello real cuando lo veían.

“Este es el sello de mi familia ahora, significa que están bajo la protección de mi maestro. Nadie puede tocarlos, ni la familia real de Nicem.”

Un escalofrío recorrió la espalda de Hert. Su corazón latía rápido. Esta era una de esas oportunidades que no se repiten, se dijo a sí mismo. Contempló por unos momentos a su hija petrificada sobre el sillón. Miró a su esposa y a su nuero, ambos con la mirada perdida, mirando quizá que fantasías de nobleza y riquezas.

“Dime maese Rilos, tu maestro ¿está siempre en busca de aprendices?” preguntó el hombre de regia barba.

“No lo sé, ¿por qué lo preguntas? ¿Quieres aprender magia?”

“No, yo soy un simple granjero, la vida nos ha tratado bien pero no a costa de intenso trabajo por lo que nunca he tratado de aprender respecto a esos asuntos, pero mis hijas Levia y Livas, ellas son jóvenes, ¿crees que tengan talento?” Al soltar la pregunta se hizo un nudo en su pecho y sintió las miradas de su esposa y Strot clavadas en su semblante ¿Serían de rechazo? ¿De apoyo quizá?

“No sabría decirte Hert, yo mismo nunca demostré ninguna habilidad, a decir verdad no fue hasta que el maestro me enseñó lo básico que dudaba de mi propio potencial e incluso de mi maestro, pero ahora que sé que puedo hacer ciertas cosas creo que él tiene buen ojo, si alguna de tus hijas tiene talento él lo sabrá, pero ¿por qué la pregunta? ¿Estás dispuesto a dejarlas ir?”.

Hert sintió una punzada en el corazón, el frío puñal de la culpa ¿Qué estaba sugiriendo? ¿Realmente estaba considerando vender a sus hijas? La mano reconfortante de su esposa acarició su hombro y le entregó calma. Ella siempre había tenido esa capacidad.

“Lo que mi querido quiere decir es que si alguna de nuestras hijas tiene el potencial ¿no seríamos malos padres de negarle tal posibilidad? Es cierto que disfrutamos de una buena vida pero con tres hijas, apenas si tenemos dote para dos ¿cómo vamos a conseguir marido para la tercera? La vida aquí es buena porque la guerra no nos ha alcanzado, pero ¿qué pasará mañana? No lo sabemos… Nuestras hijas son nuestro tesoro, pero a decir verdad no hay tanto más que podamos ofrecerles.”

Sus palabras fueron dulces con un delicado tono de tristeza. Rilos no supo si habían intenciones ocultas pero decidió confiar en que no las había.

“Strot” habló Hert nuevamente, “tú sabes que la granja será la herencia vuestra junto a Lavinne, eso está establecido y con el negocio de las caravanas podrán mantener una buena vida, Levia pronto estará en edad para buscar marido y heredará los vinos, lo que es un buen dote, pero ¿Qué puedo ofrecerle a Livas? Es muy joven y no quisiera que trabaje como esclava o que se case con alguien más pobre que nosotros, mucho menos que mendigue a sus hermanas, no, además los hombres en todo el país están siendo llamados a la guerra, proveedores de alimento como nosotros seremos llamados al final, pero definitivamente iremos ¿cuántos volveremos? ¿En qué condiciones? El futuro es incierto, si Livas o incluso Levia tienen algún talento sería un gran favor si tu maestro pudiera tomar una como aprendiz.”

Rilos escuchó con atención, él mismo había visto los resultados de la guerra en Nicem, pero nunca los consideró como algo realmente negativo, comparado con sus años de hambruna, la pestilencia de la guerra no era muy diferente. Esta gente no había tenido una vida fácil, pero tampoco habían enfrentado nada notoriamente terrible. Eran afortunados y temían al futuro.

Consideró la posibilidad de que su maestro reconociera el potencial en alguna, ¿bastaría para que la aceptara como su aprendiz? Él lo dudaba, es probable que incluso si lo tenían su maestro las rechazaría. Por otro lado si él lograba casarse con una de ellas tendría vino y comida por el resto de su vida. ¿Hacer perder tiempo a su maestro y defraudar a todos, o la posibilidad de obtener una compañera que le brindara comida y vino sin costo? Ese era el gran dilema que enfrentaba un Rilos bastante ebrio.

“Ustedes han sido muy atentos conmigo” habló tratando de prepararse un panecillo torpemente, pero el mareo le impedía usar bien el cuchillo. Con serenidad Lavne tomó el cuchillo de su mano y le preparó un panecillo con la perfecta proporción de carne, manteca y miel. Lo disfrutó tanto, se sintió realmente bendecido.

“Les seré honesto Levia es demasiado mayor, quizá no la acepte incluso si tiene talento, pero podría aceptarla como sirvienta o esposa de cama, aunque dudo que sea lo que buscan para su hija… en cuanto a Livas, ella no haría una buena sirvienta, y es muy joven para ser la esposa de cualquiera, pero si tiene talento mi maestro definitivamente la aceptará, es una promesa”.

La habitación no paraba de dar vueltas alrededor de Rilos, el mundo se había transformado en un escandaloso torbellino. No captó la sonrisa en el rostro de los padres ni el gesto de asentimiento de Strot para con sus suegros. Tampoco notó cuando entraron Lavinne y Levia, ni cuando una de ellas le sirvió otro vaso. Pero sí notó cuando se lo terminó. Las voces hablaban animadas a su alrededor pero ya no podía comprenderlas. Su estómago se sentía extraño, no era realmente agradable. Nunca había imaginado que la comida podía causar algo como esto.

“Me disculpan, baño” murmuró antes de levantarse. Algo andaba mal con su equilibrió y se sintió caer pero unas manos suaves lo atajaron, era Levia, la reconocía por su aroma. Pronto alguien más fuerte lo tomó y lo ayudó a caminar. Abrió la puerta y lo acompaño a través de la noche y la lluvia y estuvo con él mientras una fuerza de apariencia sobrenatural le obligaba a vaciar sus entrañas.

Mi comida” pensaba él mientras escuchaba la lluvia.

Adentro en la casa, rezagada en las sombra sobre un sillón, una petrificada Livas escuchaba la algarabía de sus hermanas y sus padres, extrañas conversaciones sobre mansiones y sirvientes llegaban a sus oídos. Realmente tenía ganas de llorar.




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