19 Dec
19Dec

Capitulo I


No fue la campana de la puerta lo que le indicó a Nefarius que alguien había entrado en la tienda. Fueron las pisadas cortas y pasmosas, tan húmedos tenía los pies el silencioso cliente que sin importar cuanto se esforzara en pasar desapercibido el dueño sentía el sonido del calzado pegándose al piso y el leve esfuerzo necesario para despegarlos  apenas se percibía entre las goteras que habían hecho de su hogar distintos rincones de la tienda hace tiempo.

Las goteras eran tan constantes que incluso caían los días que no había lluvia. Era un extraño lugar esta tienda, mal ubicada para empezar, difícilmente le llegaba el sol incluso en verano, y que decir de invierno cuando las frías corrientes de aire simplemente ignoraban las paredes.

Era un lugar oscuro y destinado a oscuros propósitos, cualquiera que entrara podría adivinar, aunque no eran muchos los que lo hacían. Nefarius conocía tan bien el lugar que hasta el ritmo de las goteras había adivinado, y era posiblemente gracias a ellas que podía diferenciar un día lluvioso de uno cálido. Ese día era lluvioso por lo que no le pareció extraño que los pies de su cliente estuvieran mojados.

Se levantó sin ganas de su cómoda silla y dejó las notas que leía cuidadosamente guardadas en un cajón de su escritorio. Hizo una pequeña marca con la pluma sobre la sílaba en la que había quedado para saber dónde retomar la lectura, cuando sea que eso pasara.

En notable contraste con su letargo, subió energéticamente los escalones, saltándose los que sabía estaban mojados y resbalosos, para llegar cuanto antes al recibidor y ver quién era. No había recibido un cliente en meses.

Fue incluso antes de pisar el último escalón hacia el pasillo del recibidor que Nefarius notó que los pies del recién llegado no estaban mojados con simple agua de lluvia.

Se asomó con cautela y observó, al comienzo no lo notó pero luego una forma blanca ceniza comenzó a flotar en la poca iluminada estancia.

“Krut, ¿qué haces ahí en medio de la oscuridad? Pasa, tengo velas en la tienda”

La figura blanquecina dejó de moverse, y como un orbe opaco comenzó a flotar lentamente hacia el dueño de la tienda. A medida que avanzaba los rasgos se hacían notar indicando necesariamente que no era un orbe flotante sino el pálido rostro de un joven, enmarcado por el cabello tan negro como sus ropas y la oscuridad que lo rodeaba.

Tenía el cabello empapado y llevaba una capa en las manos. Era de tela gruesa, hecha para durar no para impresionar, también estaba empapada, tenía marcas carmesí apenas distinguibles, pero Nefarius las notó, porque si de algo estaba orgulloso era su capacidad para notar las cosas.

“¿Qué pasó Krut?” Pregunto el dueño.

“Pues, está lloviendo afuera, la tormenta es feroz” respondió él.

“Eso ya lo sé niñato, no te hagas el listo, me refiero a tus pies, estás empapado.”

“Oh, la sangre, sí” respondió levantándose la sotana y dejando ver dos tobillos incluso más blancos que el rostro, si es que eso era posible. Los zapatos, mocasines de fina tela estaban empapados en líquido carmesí.

“Bueno pues ¿Qué pasó?”

Nefarius lo miraba intrigado, serio, sus ojos se habían transformado en dos rendijas que de puro escrutinio. Su rostro impulsado hacia adelante, con sus brazos cruzados sobre el pecho lo hacían ver espeluznante.

“Claro, pero ¿podrías ayudarme?” Preguntó Krut mostrándole la capa mojada, como si eso ayudara a clarificar la obvia situación.

“¡Mis modales! ¡Dónde han quedado! Ven, pasa, vamos a la tienda ahí hay sillas y te traeré algunas prendas, cortesía de la casa por supuesto.”

Nefarius hizo un gesto con su mano izquierda invitando a caminar al recién llegado y luego comenzó a avanzar, curco con el rostro bien hacia adelante y las manos tomadas suavemente tras la espalda.

El dueño de la tienda era un individuo tan singular como el local. Su cabeza calva era enorme pero apenas si tenía mentón, tan lampiño como su cuero cabelludo. Arrugas notorias surcaban su frente, ojos y mejillas mientras que su cuello era largo y delgado. Su nariz era larga y ganchuda con enormes fosas nasales. Su cuerpo raquítico iba siempre vestido de la mejor ropa que el dinero pudiese conseguir.

Krut caminaba junto a él y no podía decidirse si su anfitrión parecía más un buitre o un topo sin pelo. Caminaron durante un rato por el largo pasillo pasando puerta tras puerta, siempre cerrada. A una cierta distancia había una antorcha prendida, solitaria, su luz parecía casi incomprendida rodeada de tanta oscuridad.

Junto a la antorcha una puerta abierta daba a una sala enorme con iluminación decente pero definitivamente no suficiente.

“Puedes sentarte aquí, traeré algunas prendas en un momento”.

La figura del dueño se alejó, vestido con ropa oscura su apariencia mientras caminaba de espaldas a Krut era definitivamente la de un buitre.

“Se comen la carne de lo que ya está muerto” pensó Krut antes de dejar la capa sobre la silla y ponerse a contemplar la estancia.

Era una habitación grande, difícil de dimensionar debido a la cantidad de vitrinas, estantes y repisas que tapizaban las paredes llegando tan alto como el inmenso techo.

Lucía más como una bodega que una tienda sin embargo con sólo un vistazo el contenido de la habitación la transformaba en una bóveda de inconmensurable valor.

Nefarius llegó con un paquete grande, aún envuelto y se lo pasó a un contemplativo Krut. El rostro del vendedor era tan dulce que el joven no pudo sino caer en sospecha, pero una rápida inspección le indicó que sólo era ropa.

“Rápido, póntela para que me cuentes que ha ocurrido” lo instó Nefarius moviendo las manos con avidez.

“Si crees que tiene algo te digo que no tiene nada, es sólo un rollo de tela que compre hace tiempo, no había tenido la oportunidad de inspeccionar el lote, esta es la oportunidad perfecta.”

Krut abrió el paquete y sacó lo que parecía ser un gran lienzo de piel, algún animal de espesa cabellera. Acarició los cabellos, eran suaves pero muy firmes, el contacto le traía una extraña sensación.

“¿Puedes adivinar de qué animal es?” pregunto Nefarius, su rostro lleno de excitación, como si contuviera una broma.

“Pues, es muy suave y el color…” Krut examinó la piel con detalle, la olió e incluso mordió un pelo. “Esto no pertenece a un animal ¿qué es?”

“¡Esplendido! Que maravillosos sentidos tienes niño, claro que no es un animal ¡Pero lo parece! La procedencia es misteriosa, incluso yo no conozco todos los detalles, pero dicen que en el reino el límite sur del continente vecino hay un bosque donde crece una singular variedad de árbol.”

“¿Un árbol?”

“¡Sí, sí! ¡Un árbol! Pero no es cualquier árbol, su corteza se asemeja más la piel de un animal que a la madera, además dicen que sangra e incluso grita cuando lo cortan.”

“Vaya, el mundo es misterioso”

“Sí que lo es”

“¿Qué clase de árbol desarrolla una piel como esta? ¿Qué comerá?”

“Oh, he escuchado sólo rumores, dicen que similar a otras plantas que comen insectos, este árbol come pájaros pequeños y uno que otro roedor. Según me han dicho en él crece una variedad de fruto que atrae a herbívoros y carnívoros por igual, pero que no es un fruto en realidad sino una carnada. Así cuando un ave o una ardilla se acercan a robarse la fruta ¡Zas! El árbol los devora, aunque todavía no sé cómo lo hará. Pienso que debe tener una boca, eso sí.”

“Interesante historia Nefarius, me han dado ganas de conocer ese árbol, ¿Dónde dices que quedaba?”

“En el continente del Sur, pero suficiente de árboles, vamos vístete ya para que puedas contarme cómo terminaste empapado.” Lo apresuró el vendedor, su rostro pasó en un instante de la excitación a la impaciencia.

“Oh claro, sí, me pondré esta… corteza o piel, lo que sea, mientras mi ropa se seca, ¿tienes fuego cerca?”

“Sí claro, en la cocina, dame las ropas y las llevaré.”

Nefarius estiró las manos pero el joven negó con un gesto y rebuscó en un pequeño saco negro que traía oculto entre sus ropas.

“No es necesario, traje un ayudante.” Dijo Krut sosteniendo una extraña figura por lo que parecía ser su cabello.

Nefarius contemplo el objeto con fascinación. A primera vista parecía un juguete para niños, una especie de muñeco de madera exquisitamente tallado, pero un vistazo más detallado revelaba inquietantes detalles que lo hacían un objeto definitivamente no apto para niños.

El muñeco mostraba una persona, gruesa, de cabeza grande y malformada, con un cuerpo apretado en posición en posición fetal, su expresión no era de sueño o complacencia sino de angustia. Además del cabello desde donde lo sostenía el joven había parches de vello muy fino cubriendo espacios del cuerpo del muñeco. Más aún, el cabello era definitivamente humano y olía, un olor desagradable, casi humano.

El joven soltó el muñeco de pronto y murmuró unas frases ininteligibles a las que Nefarius no alcanzó a poner atención, teniendo al muñeco frente a sus pies contorsionándose de manera angustiante y con una mueca de perpetuo dolor en el rostro, vio como crecía una a una las partes de su cuerpo, no de manera simétrica ni bella por lo demás.

El resultado era espantoso, una suerte de enano atrofiado de gran musculatura, pero visiblemente rígida que le impedía permanecer en una postura digna o aunque sea cómoda y cuya altura apenas si pasaba sus rodillas.

Su apariencia era similar a la del muñeco pero lo que antes parecía madera ahora se notaba era carne y piel, muy demacrada por lo demás. Con parches de vello creciendo en diferentes zonas de sus extremidades notablemente desbalanceadas.

Su rostro era grande, de rasgos toscos, con cejas que en algún momento habían sido profusas pero ahora tenían agujeros, espacios sin pelo donde la piel todavía no cicatrizaba. Baje ellas, sus ojos miraban a Krut con ambos, miedo y reverencia. Uno de sus párpados estaba caído, y Nefarius notó que especialmente ese lado de su rostro mostraba una mueca de perpetua agonía, congelada en el instante justo antes de poder llorar, eternamente encerrado sin poder hacerlo.

“Asombroso” soltó el vendedor. La imagen de tan grotesco ser lo había llenado de maravilla e inspiración.

“¿Es tu creación?” preguntó el vendedor, con notable admiración.

“¿Esta cosa?” Respondió él aludiendo al horrendo ser frente a ellos con una desdeñosa mirada.

“Mis creaciones son hermosas” rectificó, “No como este miserable” dijo con ira pateando al enano que perdiendo el equilibrio se tumbó, golpeando con su rostro contra el frío piso de piedra.

 “Vaya, vaya” sonrió el vendedor sin prestar la menor atención al repentino arranque de violencia del joven.

“Me atrevo a especular que no siempre fue así ¿correcto?” preguntó. Sus palmas habían comenzado a sudar, ahora miraba el adefesio con ojos de nigromante en lugar de vendedor.

“En efecto, no nació enano ni mucho menos” le explicó Krut, poniendo un pie sobre la criatura que trataba de levantarse y tirándole la ropa mojada encima, “Idiota, levántate y lleva mi ropa al fuego”.

“Fue tu obra entonces, maravilloso.”

“En efecto” mencionó el joven ayudando a levantarse al pequeño monstruo con una patada poco piadosa.

“Qué maravilla, en todos mis años nunca había visto una criatura como esta, ¿Puedo?” preguntó el vendedor mientras ayudaba con suavidad al adefesio.

De un bolsillo oculto sacó una daga de mango negro decorado con un rubí. Tomó uno de los brazos del monstruo que luchó inútilmente para no ceder y mientras éste lo miraba clavo la punta de la daga en su piel.

El enano se apretó aún más ahogando horrendos gemidos y el vendedor trató con más fuerza pero no pudo traspasar la piel del torturado ser.

“Esto es un trabajo espectacular” dijo asombrado, Krut se habría sonrojado por tanto reconocimiento si hubiera tenido la capacidad.

“¿Nada puede dañarlo? Esta daga debería poder penetrar una armadura de acero.”

“Sólo la magia puede acabar con él.” Respondió el joven a la inquietud del hombre que en estos momentos parecía más un topo curioso que un buitre desalmado.

“Asombroso, debo decir que estoy impresionado” dijo y pronto pasó de ser el oscuro nigromante al oscuro vendedor, “¿Cuánto quieres por él? Puedo darte el precio de humano, ¿Por qué era humano cierto?”

“Oh sí, lo era… por supuesto que lo era, pero no está en venta, es muy útil y disfruto de sobremanera pasar el tiempo con él.”

“Qué lástima, bueno ya puedes ir a dejar esa ropa al fuego amiguito” dijo esto último dirigiéndose al adefesio. “¿Podrá encontrarlo cierto?”

“Sí, es muy inteligente de hecho” dijo Krut mirando a su sirviente alejándose de ellos sin duda con gran alivio.

“Bueno, ya que estamos, ibas a contarme qué te había pasado durante el viaje” volvió a hablar Nefarius indicando hacia las sillas, frotándose las manos como si estuviera por adquirir algún precioso artículo.

“Oh eso, sí, una pequeña anécdota nada más, estaría más interesado en…”

“¡Vamos niño! ¡Mírame! Nefarius se muere por escuchar historias, veo a los de tu calaña tan esporádicamente que cada anécdota es un gran regalo.” Interrumpió Nefarius, sonriendo genuinamente.

“Bueno, supongo que tengo que pagar la hospitalidad ¿no es así?” Preguntó Krut, pero el vendedor hizo un gesto de indiferencia y el joven continuó.

“El porqué de llegar en este estado fue debido al clima, ni más ni menos. Un aterrizaje forzoso podríamos llamarlo.”

Krut hizo una pausa pero Nefarius le indicó que continuara con un curioso gesto de cejas.

“Venía viajando durante días, sin dormir, lo cual normalmente no sería una molestia. Yo venía, como has visto, preparado para el frío de los cielos altos pero no para lluvia y será que me encuentro con esta tormenta sin más abrigo que mi capa por lo que tengo que usar mis energías en mantenerme suficientemente cálido para no congelarme y sin darme cuenta me quedo dormido.”

“Vaya ¿Entonces aterrizaste en…?” Nefarius no había terminado la pregunta cuando Krut comenzó a asentir con la cabeza. “¡En una persona!”

“¿Cómo? No, no, no fue en una persona” rectificó, “Fue ganado, aterricé en ganado… fue grotesco, me rompí las piernas, había sangre por todos lados.”

“Suena terrible.”

“Lo fue, aunque la peor parte se la llevó el buey, no sobrevivió, imagínate incluso tuve que pagar por él a la dueña.”

“Bueno eso es entendible ¿no? Un buey crecido no es algo que pueda reponerse así como así.”

“Lo sé, pero no traía mucho dinero conmigo, ¿entiendes? Sólo artículos por lo que le ofrecí algún trabajo”

“¿Y con eso saldaste la deuda?”

“En absoluto, la mujer se negó a recibir cualquier tipo de pago que no fuera en dinero así que nada, me vine lo más rápido que pude para conseguir algo de dinero y pagarle a la dueña del animal”.

“¿Te viniste rápido? ¿Cómo te dejo venir…? ¡No me digas que…!”

“¡Nada de eso! No la maté ni nada, no quiero causar infortunio en un pueblo que no sea el mío ¿entiendes? No, sólo dejé con ella algo de valor y me vine”.

“No puedo imaginar qué clase de artefacto dejaste con ella para que te dejara ir.” Dijo Nefarius, más para sí mismo que para su invitado.

“No fue un artefacto…” murmulló Krut.

“Bueno, no importa, que buena historia, muy buena, pero ya es tiempo de que pasemos a los negocios ¿qué me has traído joven Krut?”

“Cosas interesantes maese Nefarius, pero primero me gustaría saber si tienes lo que habíamos acordado… tú me entiendes”

“Por supuesto, la tengo aquí conmigo” respondió el vendedor mostrando una bolsa de seda negra con un pesado bulto adentro, “Aunque si no te molesta, prefiero ver lo que me ofreces antes de sacarla de aquí, no vaya a ser que después no pueda guardarla ¿me entiendes?”

Krut lo miró con suspicacia, el anciano que se había mantenido durante toda la conversación haciendo diferentes expresiones ahora era una verdadera estatua, extraña eso sí. El joven estaba a punto de sacar algunos artículos de su saco cuando una risa siniestra lo interrumpió.

Era Nefarius que había explotado al notar la silenciosa presencia del adefesio, que sin duda se había mantenido lejos de ellos para evitar el posible dolor y humillación. Estaba parado cerca del linde de la puerta, al borde de un mostrador, con semblante tranquilo o al menos así le pareció a Nefarius. De pronto el adefesio cambió, pareció endurecerse y su rostro recupero esa expresión de dolor que había mostrado hace unos instantes.

Se debía a Krut, su maestro, que lo miraba con intenso odio. El monstruo parecía reaccionar instintivamente a cualquier clase de atención por parte de su amo con tremendo pavor.

Nefarius se levantó de la silla y se acercó a la criatura como si se tratara de un animal indefenso. Se paró estratégicamente entre la línea de visión de Krut y el “muñeco” y se acercó hablándole calmadamente. Cuando lo tuvo al frente notó que estaba más tranquilo, el vendedor alargó los brazos y el muñeco se acercó. Nefarius lo tomó en un abrazo y oculto su rostro contra su pecho para que no tuviera que contemplar a su amo.

“Sigue siendo un humano ¿verdad?” preguntó una vez hubo llegado frente a su invitado.

“Podríamos decir que sigue sintiendo como un humano, pero ya no lo es más” respondió el joven.

“¿Cómo así?” Pregunto el vendedor que acariciaba tiernamente a un ahora más calmo muñeco.

Krut se paró y se acercó de pronto, agarró con fuerza el cabello del adefesio y tiro levemente para que Nefarius lo soltara. Éste lo hizo y la criatura quedó colgando de su cabello moviendo inútilmente sus brazos y piernas en el aire con una mueca de desconcierto y tristeza.

Con un rápido movimiento de brazo el joven nigromante hizo girar al muñeco por el aire y lo azotó con todas sus fuerzas contra el piso. El sonido del impacto fue horrible, pero no tanto como el gemido que escapó de las cuerdas vocales atrofiadas dentro del torturado.

De nuevo el joven volvió a azotar contra el piso a la criatura, quién reaccionó con notorios espasmos.

“¿Qué hizo este infortunado para merecer tal muestra de crueldad?” Preguntó Nefarius. Ni su voz ni su rostro revelaban emoción alguna.

“Este idiota hizo algo muy estúpido cuando yo era un estudiante, y pagó por eso” respondió el joven antes de golpearlo una última vez contra el piso con intensa furia.

Ese último golpe fue como si golpearan dos piedras, “de seguro fue el cráneo” pensó Nefarius.

Entonces Krut volvió a levantar al adefesio frente a Nefarius y este observó cómo el adefesio se endurecía más y más, compactándose de tal modo que su cuerpo deforme se transformó, extremidad por extremidad en un pequeño muñeco hecho aparentemente de madera. El vendedor notó que su expresión no era la misma de antes, así como su posición.

“Impresionante, ¿qué hizo para ser tan desgraciado?” volvió a preguntar Nefarius.

“Prefiero no tocar el tema, me trae recuerdos que prefiero mantener en el pasado” Respondió el joven guardando el muñeco en el saco, pero al notar la expresión de desilusión de su anfitrión, agregó.

“Puedo decirte, en cambio, que el proceso me lo enseño mi maestro y era manual, en extremo doloroso para la víctima. Yo perfeccioné el proceso y lo transformé en un hechizo, lo que hace todo más fácil. Por desgracia no pude quitar ni una pizca de dolor del proceso.”

Nefarius examinó con detalle por primera vez al joven desde que había entrado ese día. Su cabello ya estaba seco y se revelaba, aún con la poca luz, no negro sino castaño oscuro, su piel blanca color ceniza dejaba sin lugar a dudas su oficio y sus ojos, uno gris y uno blanco revelaban su herencia. El único alumno que logró graduarse del Nigromante Blanco, sin duda era un sujeto “diferente”.

“Ya veo, ya veo” habló finalmente el vendedor y convidó al joven con un gesto hacia las sillas.

“Negocios ¿cierto?” Preguntó el joven ofreciéndole un delicado objeto en la palma de su mano. El vendedor lo tomó con cuidado y comenzó a examinarlo.

“Cualquiera diría que es un mondadientes, sin embargo esto es ¿una varita?”

“Casi” respondió Krut, “es un báculo, hecho por un nigromante del subsuelo, la gente de las plantas raramente se dedica a nuestro oficio pero éste anciano que conocí el jardín de un país en el sur lo hacía y con mucha habilidad.”

“Entiendo, este objeto es muy valioso, ¿qué más tienes?”

El joven rebuscó en su saco y sacó una pequeña piedra, ocre semi-transparente.

“Esta piedra es un trozo del cuerpo de un gigante que cayó desde las estrellas hace ya mucho tiempo en ese mismo país, el anciano de las plantas me la entregó junto al báculo, me dijo que juntos las hacía más interesantes”

El joven un especial énfasis a esta última palabra y los ojos del vendedor centellaron cuando pasaron frente a la piedra.

“Sí, muy valioso, me interesa. ¿Qué más traes?”

Ahora, Krut sacó un objeto más grande, envuelto en vendajes de seda y despedía un aroma a perfume maravilloso.

“Este es el brazo momificado de la princesa de ese mismo país. Este lo obtuve yo mismo, por supuesto ella sigue viva” dijo sonriendo.

“Joven usted le ha costado una fortuna a la milicia de este país” sonrió Nefarius al recibir el último objeto.

Desenvolvió algunas vendas y tocó la piel, aún blanca, aún tersa, del brazo de la princesa.

“Sí, es grandioso y no carece de valor, pero no tengo interés en adquirirlo, ¿traes algo más?”

El joven pareció desconcertado por unos minutos, “¿No tiene adquirirlo?” interés en pensó, “¡Tuve que provocar una guerra para conseguirlo!”.

“Me temo, Nefarius, que no llevo conmigo ningún otro objeto de interés, ¿es posible que los dos primeros sean suficientes para cubrir el costo de lo que yo busco… y además un buey?”

“¿Por qué no juzgas por ti mismo?” respondió el aludido, “Ven, vamos a observarla a la mesa de allá, ¿no queremos que explote nada cierto?”. Dijo finalmente soltando una sonrisa y levantándose en dirección a un mueble a varios metros de distancia.

Caminaron en silencio y con calma. La piedra se sentía como hielo en los pies descalzos de Krut, pero el lugar le resultaba agradable y no le prestó importancia. Las vitrinas estaban repletas con diversidad de objetos: piedras, joyas, partes corporales y alguno que otro objeto imposible de categorizar.

A Krut incluso le pareció ver más de una criatura viva, pero las visiones fueron fugaces y la poca iluminación no le permitió distinguirlas con la merecida atención.

Cuando llegaron a un mueble determinado Nefarius colocó la bolsa en el centro de una mesa con forma de pentágono que tenía una cubierta blanca pero no perfectamente lisa. “Hueso prensado” pensó Krut. La cubierta estaba pintada con símbolos ininteligibles y un orbe igual de blanco se encontraba incrustado en la esquina superior del pentágono.

Con aún más cuidado el vendedor abrió la bolsa de seda y tomó un objeto con ambas manos usando apenas la punta de sus dedos para sostenerla antes de dejarla sobre la mesa con suma delicadeza.

Apoyo, luego, las yemas de sus dedos sobre la superficie de hueso y murmuró un encantamiento. A primera instancia nada pareció ocurrir pero pronto el orbe de la mesa comenzó a emitir luz y a vibrar, así mismo la mesa.

El orbe iluminó la oscuridad con luz lechosa, espesa y blanquecina. En su interior había remolinos blancos mezclados con efímeras luces de colores que parecían brotar y reventarse casi inmediatamente de manera caótica.

Nefarius sólo dio una mirada al joven que sostenía una maravillada expresión.

“Es su firma” dijo él.

“Efectivamente” respondió Nefarius, “¿Aún crees que vale sólo esos dos objetos?”

“¿En serio lo trajo ella?” preguntó el joven tomando el objeto de la mesa y examinándolo con detalle.

Era un puñal cincelado en piedra gris, pulido hasta el punto de parecer grafito. Era pesada y filosa, exquisitamente detallado con florituras en los bordes del filo y en el centro una gema que se asomaba por ambos lados. La gema no había sido introducida, se encontraba originalmente ahí y para lograr ese matiz tuvo que haber sido cortada y trabajada aún rodeada de roca. El trabajo era magnífico, de la mejor clase.

“Nefarius, incluso si te diera los tres objetos que he traído quedaría en tu deuda, y qué hablar de la deuda del buey.” El joven estaba notoriamente desanimado.

“Joven Krut, subestimas el valor de lo que has traído. El báculo del nigromante pequeño y el trozo de gigante de las estrellas son muy valiosos, a penas menos valiosos que el puñal que sostienes en las manos diría yo, que miro los objetos siempre con mirada imparcial pues son para mí meras mercancías. Sin embargo es obvio que para ti y el origen de esa pieza es lo que te importa más que la pieza en sí, y para mí el valor viene no tanto del objeto sino lo que me ha costado conseguirlo ¿comprendes?”

“Por supuesto que lo entiendo Nefarius, pero me corroe el alma tener su puñal en mis manos y poder asirlo para mí, ¿me comprendes?”.

“Lo hago, maestro Krut, y es por eso que estoy dispuesto a ofrecerte un intercambio más que justo, que te dejaría sin deuda, conmigo o con mis vecinos ganaderos.”

“Te escucho.”

Nefarius no pudo evitar sonreír.



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